Procacci, Giuliano. Historia general del siglo XX . Crítica. Barcelona 2005
Procacci, Giuliano. Historia
general del siglo XX. Crítica. Barcelona 2005
Europa después de la Guerra
“Allí donde la guerra había
pasado, había dejado detrás de sí un panorama de desolación. Ciudades enteras,
como Coventry, Hamburgo, Dresden, Berlín, Varsovia, Hiroshima y Nagasaki, se
habían convertido en un cúmulo de escombros y regiones enteras habían quedado
devastadas. La cifra total de las víctimas sólo se puede calcular de forma
aproximada, pero con seguridad superó los cincuenta millones, casi la mitad de
ellos, a diferencia de lo que había sucedido en la primera guerra mundial,
civiles. Entre los países extra europeos, los que pagaron el precio más alto
fueron Japón, con cerca de dos millones y medio de víctimas, y China, donde la
guerra había comenzado en 1937 con la invasión japonesa, con entre quince y
veinte millones. En Europa, el país que pagó el precio más alto en cifras
absolutas fue sin duda la Unión Soviética. En un discurso pronunciado
inmediatamente después de la conclusión de conflicto, Stalin habló de siete
millones de muertos. Se trataba de una mentira consciente. Hoy sabemos que
fueron muchos más: veinte millones, o incluso veintisiete, según lo que afirmó
Gorbachov en un discurso. Sólo en 1955 la Unión Soviética volverá a alcanzar el
nivel de población prebélico. En términos de porcentajes, los países más
azotados fueron Yugoslavia, con un millón y medio de muertos, y Polonia, con
cinco millones, el 18-20 % de su población, de los que más de la mitad fueron
judíos, víctimas del genocidio nazi. Entre los países de Europa occidental, el
más afectado resultó, obviamente, Alemania, con cinco millones de muertos; en
cambio, los demás lamentaron pérdidas mucho menores: cuatrocientos mil,
Inglaterra, cerca de seiscientos mil, Francia; poco más de trescientos mil,
Italia. Los Estados Unidos también tuvieron poco más de trescientos mil caídos…
La producción agrícola europea en 1946-47 representaba el 75% de la de 1938 y
se ha calculado que el consumo de alimentos per cápita en Alemania y Austria
era el 60% del normal, en Italia del 68% y en Bélgica, Francia, Holanda,
Finlandia o Checoslovaquia, el 75 %.”
“Si éstas eran las condiciones de
la agricultura, las de la industria no eran mucho mejores. Con la excepción de
Inglaterra, Suiza y los países escandinavos, la producción industrial de los
países europeos al final del conflicto, en 1945-46, estaba ampliamente por
debajo de nivel prebélico, aunque algunos de ellos, incluida Alemania,
conservaban gran parte de su capacidad productiva. La ruina total de los
transportes, el desorden y la imposibilidad de convertibilidad de las monedas,
con los consiguientes efectos negativos en las importaciones y el comercio
internacional, y la baja productividad de una mano de obra subalimentada, no
permitían, en efecto, sino una utilización parcial de las infraestructuras. La
economía, pues, encontraba dificultades para reponerse: con la única excepción,
naturalmente, de Estados Unidos, el producto nacional de los países
beligerantes era inferior al anterior a la guerra en un 10-20%, en los países
más afortunados, como Francia, Bélgica y Holanda, y de un 40-50% en los más
desafortunados.”
(Págs. 304-305)
E.E.U.U. después de la Guerra
“Por consiguiente, existían las
condiciones de equilibrio y de consenso interno para que los Estados Unidos
asumieran aquel papel de liderazgo que únicamente ellos estaban en condiciones
de desempeñar y para el cual disponían de todos los medios, comenzando por los
militares. Su potencial se había demostrado a la hora de luchar victoriosamente
en dos frentes. Su armada estaba formada por mil doscientas unidades
principales y docenas de portaaviones y por eso podía intervenir en cualquier
mar. La aviación contaba con más de dos mil bombarderos pesados y mil B29, el
avión que había lanzado la infame atómica sobre Hiroshima. Además, Estados
Unidos había construido a lo largo de la guerra un sistema de bases militares y
de derechos de sobrevuelo y uso de aeropuertos que cubría casi todo el planeta.
Finalmente, tenían el monopolio de la bomba atómica. Es cierto que
inmediatamente después de la conclusión de la guerra, los efectivos de las
fuerzas armadas habían quedado drásticamente reducidos de ocho millones a 1.850.000
y que también se redujeron los gastos militares. Pero, por otra parte, esto se
acompañó con un empleo de los recursos disponibles para el gasto militar
dirigido a favorecer la modernización del aparato bélico y su adecuación a los
cambios de los armamentos y de la guerra. A fin de cuentas, de ser necesario,
los Estados Unidos estaban perfectamente en condiciones, como de hecho
sucederá, de aumentar nuevamente el gasto militar. Sus reservas de oro
ascendían, en efecto, a veinte mil millones de dólares, casi dos terceras
partes del total mundial, y el país producía él solo la mitad de las mercancías
del mundo entero…Por otro lado, la fuerza de Estados Unidos no residía sólo en
las armas y en la harina, y en el poder de condicionamiento e incluso chantaje
que las unas y la otra le otorgaban; también residía en la superioridad de su
tecnología y de la investigación científica que la sustentaba.”
(Págs. 311-312)
La U.R.S.S. después de la
Guerra
“El país se encontraba en la
necesidad de afrontar los problemas de la reconstrucción con una población
diezmada y por eso necesitaba de todas las fuerzas disponibles. Por ello no es
sorprendente si una de las primeras decisiones de sus gobernantes fue la de
realizar, entre julio de 1945 y septiembre de 1946, una desmovilización masiva
del Ejército Rojo, cuyos efectivos fueron reducidos desde once millones y medio
a poco menos de tres millones. A lo largo de 1947 la Unión Soviética retiró sus
tropas de Checoslovaquia, Yugoslavia y Bulgaria, mientras que las mantenía en
Polonia, Hungría y Rumanía; en 1948 también las tropas situadas en Corea fueron
retiradas. Desde el punto de vista militar, pues, no representaba una amenaza y
resulta de muchos testimonios que los más autorizados representantes de la
política exterior norteamericana eran conscientes de ello y excluían la
hipótesis de iniciativas militares agresivas por parte de la URSS (Leffler,
1994). Sin embargo, seguía tratándose de una gran potencia, gracias a la fuerza
de atracción de sus orígenes revolucionarios y, sobre todo, al prestigio
internacional que se había ganado durante la guerra. Lo atestiguan las
victorias que los partidos comunistas cosecharon en las primeras elecciones de
la posguerra, no sólo en Francia y en Italia, sino también en otros países
europeos, como Suecia, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Holanda, donde superaron
el nivel del 10%, y en algunos países de Latinoamérica. Para sus miembros y sus
simpatizantes, la Unión Soviética era el país de la Revolución de Octubre y del
socialismo, un símbolo y una esperanza. Pero ellos no eran los únicos en mirar
con interés a la URSS: todos los que se habían volcado en la lucha antifascista
y que se sentían agradecidos hacia la Unión Soviética por su papel en la
segunda guerra mundial deseaban que la colaboración que se había producido
durante la guerra entre las Naciones Unidas continuara y se desarrollara
también en la tarea de defensa de la paz y de re construcción. Esta era la
orientación mayoritaria de los partidos socialistas europeos y tales
expectativas estaban presentes también en sectores de la propia opinión pública
norteamericana. Pero estaba igualmente difundido el temor (o la pesadilla) de
que la URSS estuviera trabajando para extender hacia Occidente su ya
consolidada zona de influencia en Europa oriental, contando para ello con los
partidos comunistas, a fin de exportar allí la revolución y así asegurarse el
control de un área poderosa del mundo.”
(Pág. 317)
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