Argelia , izquierdas y tercer mundo
Argelia: la revolución frustrada
Por un lado,
la internacionalización de tan cruel enfrentamiento, traducido en una guerra de
ocho años contra Francia, permitió identificar el combate de los argelinos con
las luchas liberadoras que tenían lugar en otros puntos del mundo. Por otra
parte, la revolución del Frente de Liberación Nacional argelino puso a prueba a
la izquierda tradicional europea, haciendo posible la emergencia de una nueva
generación que reacciona ante el timorato comportamiento de los Gobiernos,
comunista en la URSS y socialista de Francia.
La
complacencia de la URSS ante la cuestión de Argelia no era ajena al temor, en
plena guerra fría, a que los EE.UU. sustituyeran a Francia en el Mediterráneo
occidental. Por ello, desde Moscú se prefería una solución franco-argelina, que
nunca se plasmó.
El comienzo
de la decepción ante la izquierda parlamentaria francesa vino cuando en enero
de 1956 el Gobierno socialista de Guy Mollet promulgó, con los votos de los
comunistas, una ley de poderes especiales para aplicar medidas extraordinarias
y militares ante los acontecimientos argelinos, eufemismo con
el que Francia escondió siempre la palabra guerra, que entonces era ya una
realidad desde hacía más de un año.
Un Gobierno
socialista asociado a la práctica de la tortura y la opresión promovió un vivo
recelo entre gran parte de los jóvenes e intelectuales, franceses primero y
europeos después, anunciando la futura redefinición de los valores políticos
que la izquierda iba a experimentar.
Hasta la
guerra de Argelia una gran parte de la izquierda francesa no había abandonado
completamente la idea de que era necesario guiar a los pueblos hacia la
felicidad y que la Francia generosa de la Declaración de los Derechos Humanos
debía asegurar esa misión. Que ese discurso no era más que un colonialismo de
progreso, estrechamente vinculado al sueño asimilacionista, es lo que va a
descubrir sin complacencias la revolución argelina.
Para uno de
los padres del pensamiento anticolonial, Charles André Julien, las responsabilidades
de estos errores habría que buscarlas en el sistema francés de enseñanza, en
el que la escuela primaria ha persuadido a los escolares (...) del papel
humanitario de la Francia de ultramar.
Contra esta concepción arremetió brutalmente la denominada generación argelina, originalmente creada en torno a François Maspéro y a la revista Partisans, cuyo primer número afirmaba: “Somos la generación que ha visto hundirse los valores humanos en nuestro país... El ejército colonial ha degradado nuestra generación haciéndola compartir sus crímenes... Hemos dejado a la gangrena instalarse en nuestros espíritus... este gran cadáver en que se ha convertido la izquierda ... Somos los habitantes de una nación megalómana y estéril... Debíamos haber resuelto solos ciertos problemas como la guerra injusta y la solidaridad con los pueblos del Tercer Mundo que nos dan una verdadera lección de historia.”
Frantz Fanon
dedicará su corta vida a desbaratar, por boca de la revolución argelina o de la
de África entera, las ideologías europeas reaccionarias en el Tercer Mundo para
enseñar a sus hermanos a derrotarlas. Nacerá en Europa una nueva izquierda que
hará del binomio Tercer Mundo/imperialismo los ejes de su movilización y de las
luchas de liberación, el motor de la Historia. Desde entonces el
imperialismo, juzgado responsable de esta explotación a escala planetaria, se
convertirá en el enemigo a abatir.
La rabia que
se desprende del prólogo a Los condenados de la Tierra, que Jean Paul
Sartre escribió en 1961, es un vivo testimonio de la furia de esa izquierda del
tercermundismo radical que el choque de la revolución argelina contribuyó
ampliamente a hacer emerger: “La
violencia colonial no se propone sólo como finalidad mantener en actitud
respetuosa a los hombres sometidos, trata de deshumanízarlos. Ningún esfuerzo
será ahorrado a fin de liquidar sus tradiciones, sustituir sus lenguas,
destruir su cultura; se les embrutecerá de cansancio. (...)
Con el
triunfo de la revolución en julio de 1962 y su opción por el modelo socialista,
considerado entonces un régimen más igualitario y unitario que el liberal,
asimilado a los Estados colonizadores, Argelia se erigió como mito de una
izquierda joven que representaba el renacer de los países oprimidos. Unido a
esto, al convertir el régimen argelino en polos básicos de su política exterior
la solidaridad con los movimientos de liberación nacional de todo el mundo, la
fidelidad a los movimientos de los no-alineados y la lucha contra el
colonialismo, Argelia siguió alimentando esa imagen mítica y simbólica para la
nueva izquierda.”
Martín-Muñoz;
Gema. Argelia: La revolución frustrada. Cuadernos del mundo actual, 49.
Grupo 16, Madrid, 1994
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