4- Las relaciones con Estados Unidos

 

“Resulta importante abordar el devenir de las relaciones con los Estados Unidos para comprender la historia económica de América Latina en estos años. En 1933 asumió el gobierno de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, quien inició una nueva política, conocida como del buen vecino. Su objetivo era lograr mejorar la desprestigiada imagen estadounidense debido a su constante injerencia en los asuntos de la región. Como muestra del cambio, Estados Unidos renunció a la enmienda Platt que establecía el protectorado sobre Cuba; además retiró su infantería de marina de Haití y Nicaragua, y se abstuvo de intervenir cuando el gobierno mexicano confiscó los bienes de las compañías petroleras extranjeras.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos intentó alcanzar una actitud continental común de neutralidad respecto al conflicto que sucedía en Europa, y de la mano de la política del buen vecino logró la declaración de neutralidad de América hacia 1940. Pero luego del episodio de Pearl Harbor, en el que la armada japonesa atacó a la flota de Estados Unidos en el Océano Pacífico, este le declaró la guerra a Japón primero y al Eje después. La potencia, involucrada ahora en la Segunda Guerra Mundial, intentó que América también rompiera relaciones diplomáticas con el Eje e incluso presionó para que le declarara la guerra. La zona del Caribe -que se encontraba directamente sometida a Estados Unidos respondió rápidamente, el resto de los Estados latinoamericanos lo fueron haciendo paulatinamente hasta 1945.

En la posguerra y dentro del contexto de la Guerra Fría, las relaciones entre Latinoamérica y Estados Unidos cambiaron. Como consecuencia de las dificultades económicas en los países latinoamericanos fueron surgiendo conflictos sociales que presionaban a los Gobiernos para realizar importantes cambios estructurales, como lo serían la reforma agraria o la redistribución del ingreso. Esta agitación, en el marco del conflicto capitalismo-socialismo, motivó en Estados Unidos la preocupación de que el comunismo se extendiera por el continente americano. La Administración norteamericana definió como su principal objetivo en la región la contención de la amenaza revolucionaria y el apoyo a los gobiernos anticomunistas.

En 1947 los gobiernos del continente firmaron en Río de Janeiro el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que se derivaba de un acuerdo anterior firmado en México (Acta de Chapultepec, 1945) y que estableció una alianza militar permanente, afirmando que el ataque a un Estado miembro sería considerado un ataque contra todos. En el artículo 6 se explicitaba que la agresión no necesariamente debía ser armada; alcanzaba con que la paz de América se viera amenazada para que los miembros del TIAR entraran en acción. En 1948, en Bogotá se creó la Organización de Estados Americanos (OEA) para fortalecer los vínculos solidarios del continente y generar las instancias diplomáticas que evitaran el conflicto entre los Estados miembros. Esta organización se basó en el principio de no intervención en asuntos internos de los países y el respeto a las soberanías nacionales. Para promover el desarrollo se creó, en 1959, por iniciativa norteamericana, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que otorgaría préstamos a bajo interés para financiar proyectos de desarrollo en América Latina.

Todas estas manifestaciones de interés en solucionar los problemas sociales surgidos en Latinoamérica pasaron a un segundo plano cuando se introdujo la guerra fría en el hemisferio occidental. El primer episodio fue en 1954, cuando Estados Unidos llevó a cabo una operación para derrocar al presidente constitucional de Guatemala, Jacobo Árbenz. El segundo hecho, aún más preocupante para el gobierno norteamericano, fue cuando en 1959 tomaron el poder los revolucionarios cubanos, que luego se declararon no solo antiimperialistas y nacionalistas, sino también marxistas, creando un gobierno socialista en pleno hemisferio occidental y a pocos pasos de la gran potencia capitalista, Estados Unidos.

¿Cómo afectó al continente latinoamericano esta coyuntura política y el rol que Estados Unidos desempeñaba en la lucha contra el comunismo? La consolidación del socialismo en Cuba presentó a la revolución como una alternativa de desarrollo viable frente al capitalismo y en varios países de América Latina surgieron movimientos que se inspiraban en la estrategia desarrollada en ese país para impulsar un programa de cambios. Por este motivo, la administración Kennedy en Estados Unidos planteó un programa que vinculaba la ayuda masiva para la región con el fortalecimiento de reformas democráticas, que se conoció como Alianza para el Progreso. La idea base del programa era la de buscar a través del desarrollo económico el freno a movimientos revolucionarios y la consolidación de la democracia. Se pretendía, a través del desarrollo industrial y de una modernización agrícola que incluyera una reforma agraria, mejorar las condiciones de vida de los sectores más pobres. Las áreas prioritarias eran agricultura, desarrollo rural y urbano, aunque gran parte de la ayuda se destinó a financiar importaciones necesarias para la industria. Los Estados Unidos destinaron 1000 millones de dólares de ayuda regional durante el primer año y 20.000 millones más durante diez años, principalmente para proyectos de vivienda, salud, educación y empleo. El modelo adoptado era el de préstamos por programas, más tarde sustituido por el de préstamos por sectores. Correspondía a cada nación latinoamericana formular los planes que a su parecer eran necesarios en su país para lograr caminar por la senda del desarrollo.

La primera reunión de la OEA se realizó en agosto de 1961. Los delegados latinoamericanos no se sintieron demasiado satisfechos con el discurso presidencial, porque esperaban un compromiso más específico del gobierno norteamericano. En 1963 el presidente Kennedy fue asesinado, y la administración Johnson consideró de primer orden responder agresivamente al peligro de que surgiera una "segunda Cuba" en el continente. Por este motivo los objetivos de la Alianza para el Progreso pasaron a ocupar un lugar más que secundario en la agenda del gobierno norteamericano.

En 1967, el desarrollo del conflicto vietnamita requirió de la necesidad de desviar fondos prometidos a Latinoamérica para consolidar la victoria en la lucha contra el comunismo en Asia. Este desvío de fondos demostró que el desarrollo de América Latina tenía cada vez menos interés. En 1969, al finalizar la administración Johnson, el impacto de la Alianza para el Progreso sobre América Latina no había cumplido con sus expectativas, salvo importantes avances en salud pública y matriculación educativa. Por otra parte, dos grandes fracasos marcaron el final del proyecto. El primero de ellos fue que dos de los países que habían recibido las mayores ayudas sufrieron rupturas institucionales: Brasil, con el golpe de Estado de 1964 que inauguró un período dictatorial de 20 años, y República Dominicana, invadida en 1965 por fuerzas de infantes de marina de los Estados Unidos. El segundo fue que las inversiones efectivamente realizadas superaban apenas el 50% de lo prometido (10.200 millones de dólares). Pero es importante subrayar que la no obtención de los objetivos no se explica solo porque los fondos no llegaron en su totalidad, sino también porque las elites económicas demostraron gran resistencia para avanzar en áreas como la reforma agraria, la reforma impositiva, el bienestar social o la redistribución del ingreso.

En forma paralela a la Alianza para el Progreso se fue conformando un supuesto político-ideológico que se sintetizó en la doctrina de la seguridad nacional, la cual argüía que en América Latina no se libraría una guerra convencional sino una guerra ideológica, en la que el enemigo era el comunismo internacional y que tendría lugar en el interior de cada país. Se sostenía que, para vencer en esta guerra, los sectores políticos y la democracia no estaban preparados y por lo tanto era necesario que las fuerzas armadas estuvieran vigilantes y dispuestas a combatir para enfrentar a la subversión. Impedir los conflictos bélicos entre sus aliados era tarea del gobierno estadounidense; pero impedir los conflictos internos era tarea de los militares de los países. Entonces el gobierno de Estados Unidos creó, en 1961, en Panamá, una serie de establecimientos militares con el objeto de entrenar a los ejércitos sudamericanos en la guerra antisubversiva. El más conocido fue la Escuela de las Américas de Fort Gulick, por la que pasaron cientos de oficiales de las fuerzas armadas latinoamericanas.

A comienzos de los años setenta, dos áreas se diferenciaban en América Latina: el sur con regímenes dictatoriales cívico-militares y con políticas de alineamiento automático con Estados Unidos; el norte de Sudamérica y área del Caribe con mayoría de gobiernos democráticos y esfuerzos por impulsar políticas exteriores independientes."

 

 Berna, L; Langone, P; Pera, S. Historia económica y social del Uruguay 1870-2000.

Santillana. Montevideo 2015. Págs. 226 30


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